La recién estrenada tercera temporada de Shtisel confirma el impacto que inesperadamente provoca esta serie en un público fervoroso que no se limita a la colectividad judía. Como se ha visto en sus comienzos, es la historia de la familia Shtisel a lo largo de tres generaciones y una cuarta con este nuevo envío.
El patriarca es Shulem Shtisel (Doval’e Glickman), el jovial y a veces colérico rabino que dirige el “jeder”, la escuela donde estudian los jóvenes. Es padre de seis hijos y una cantidad de nietos. La serie se concentra en uno de sus hijos, el joven Akiva (Michael Aloni), que solo le da disgustos a su padre, entre otras cosas porque pretende ser pintor y no rabino.
La historia transcurre en Jerusalén, en el barrio de los judíos ultraortodoxos, y muestra el estilo de vida, las leyes y los ritos que la comunidad respeta sin discutir y con clara abnegación.
A diferencia del estilo de vida del mundo occidental en general, la ambición básica de este pueblo es el estudio de la Torá y el Talmud. La Torá es el libro sagrado, equivalente a la Biblia cristiana, y el Talmud es una especie de manual de instrucciones de cómo vivir según la ley de Dios, una suerte de código civil y religioso.
Protegidos por benefactores, los varones se dedican todo el día a estudiar, con una devoción sincera y conmovedora. Todos son profunda, genuinamente religiosos. Eso solo marca una musicalidad temática original: es como cruzar el umbral de un mundo donde reina la espiritualidad.
Son jasídicos y muy alegres: por cualquier motivo se ponen a cantar y bailar. Con sus ropas peculiares idénticas para todos, intercambian parábolas y alegorías aún en las situaciones más cotidianas. Lo más mundano que se permiten es el teléfono celular, pero en sus casas no hay televisión y solo en esta tercera temporada aparece alguna computadora. Los matrimonios se arreglan a través de casamenteros convocados por los padres y los hijos por lo general acatan.
En las dos primeras temporadas resultó llamativo el lugar de las mujeres en esta comunidad. Dedicadas de lleno al hogar y la crianza de los hijos, con ropas severas, rigurosos tacos bajos y pelucas una vez casadas para no mostrar sus cabelleras naturales -que solo se reservan a sus maridos-, parecen la mismísima imagen de la dominación patriarcal.
Sin embargo, a medida que transcurre la historia se ve que son las mujeres en realidad las que tienen el poder en la familia. Ellos salen, estudian, bailan, ríen y se divierten, pero a la hora de tomar una decisión se hace sin discutir lo que ellas indican.
En esta tercera temporada las mujeres muestran un notable crecimiento personal y poco a poco van transgrediendo las leyes atávicas que las encerraban en sus casas. Una mujer que fue abandonada por su marido sorprende a su amiga cuando le confiesa que no quiere a su marido de vuelta y le gusta la idea de estar sola. Otra toma lecciones de manejo a escondidas de su marido e incluso se compra un auto. Todas saben jugar y cultivan el arte de negociar con sus maridos para lograr sus propósitos.
Shtisel, una creación de Ori Elon y Yehonatan Indursky, es una serie conmovedora porque muestra al espectador un mundo desconocido y apasionado. Lo mismo que otras producciones clásicas ha generado grupos de discusión e intercambio en Facebook y otras redes, donde personas de todas partes discuten las aventuras de los protagonistas, se intercambian recetas de las comidas que aparecen en la ficción e incluyen datos y secretos de cocina de sus propias familias.
Hablada en hebreo y por momentos en ídish, la serie es un éxito indiscutido.