Se cumplen ochenta años del nacimiento de Bruce Lee, el artista marcial que murió prematuramente a los 32 y cuya su vida pronto se convirtió en leyenda. De joven prodigio de las artes marciales a ícono del cine, su figura no deja de seducir a nuevas generaciones. Por ese motivo, y para celebrar su cumpleaños, repasamos su obra y por qué su figura aún hoy es clave en la historia del cine.
El niño prodigio
Aunque Bruce Lee (cuyo nombre real era Lee Jun-fan) nació en San Francisco en 1940, su infancia y adolescencia la vivió en Hong Kong. El romance con el mundo del espectáculo tuvo un comienzo casi anecdótico, cuando con solo dos meses de edad apareció en el film Golden Gate Girl y, a partir de ahí, su estancia en la pantalla grande fue cada vez más frecuente.
Como una especie de tradición, Bruce mamó de pequeño el interés por el arte y la actuación. Su padre, Lee Hoi Chuen, era una estrella de la ópera que solía trabajar en el mundo del cine. En su niñez, Lee llegó a ser catalogado como uno de los intérpretes infantiles más promisorios. Pero la adolescencia en Hong Kong preocupaba al padre de Bruce: el joven se metía en problemas de todo tipo, las bandas callejeras formaban parte del paisaje cotidiano y los choques con la policía eran habituales. Bruce sabía que en ese mundo, la única forma de salir adelante era con la ley de los puños.
Por ese motivo, a los 13 años comenzó a tomar clases de artes marciales bajo la tutela de Ip Kai-Man. Maestro en el arte del Wing Chun, Ip Man apostaba por entrenar jóvenes que necesitaran ir por el buen camino, incentivándolos a la reflexión, y a compartir sus destrezas no en las calles, sino en los campeonatos. Para complementar esa educación, Lee se metió en el mundo de la danza, y en 1958 ganó un campeonato de cha cha chá. La elegancia del baile modeló el movimiento de su cuerpo, y le otorgó la finura que poco tiempo después, el artista iba a trasladar a las artes marciales.
Cuando cumplió 18, su padre decidió enviarlo a Estados Unidos. Ya en Seattle, Bruce se dedicó a estudiar filosofía, aunque pronto abrió una escuela de artes marciales con la intención de presidir una cadena de dojos a lo largo de todo el país. Su fama crecía en ese nicho, y él confiaba en que el futuro le deparaba grandes proyectos.
En 1964, se presentó a una exhibición de artes marciales en Long Beach y su destreza llegó a oídos del productor televisivo William Dozier. El ejecutivo vio el carisma de Lee y su potencial para trabajar en la pantalla, y sin dudarlo lo convocó para el piloto de una serie llamada Number One Son, que nunca se concretó. A pesar de eso, Dozier sabía que Lee era valioso, y pensó en él para otro título que tenía en mente.
Romper el molde
Lee había perdido las esperanzas en el espectáculo. Su breve paseo por el mundo de los largometrajes chinos cada vez parecía más un agridulce recuerdo que la promesa de una estrella en ciernes. Hasta que apareció Kato. Dozier estaba preparando un proyecto basado en El avispón verde, un héroe cuyo compañero era Kato, un oriental experto en artes marciales. El productor convocó para ese papel a Lee, y aunque la ficción duró solo una temporada (entre 1966 y 1967), le alcanzó para que lograr una relativa fama.
En esos años, Lee trabajó incansablemente en el Jeet Kune Do, su propia disciplina en la que fluía una evolución constante, un origen basado en distintos tipos de artes marciales, y una filosofía sobre «ser como el agua», en referencia a la adaptabilidad de esa materia. Y aunque sus detractores lo consideraban un estilo bastardo, es innegable que el Jeet Kune Do fue el punto cúlmine de Lee como artista marcial, y su influencia fue decisiva en la comunión de occidente abrazando la cultura oriental.
A Lee lo entusiasmaba las posibilidades que le había brindado El avispón verde. Un nombre en ascenso, una participación en la serie de Batman, algunas apariciones en otros programas y exhibiciones en distintos lugares. Francamente conmovido por ese reconocimiento, le escribió a Dozier una carta que decía: «Gracias por ayudarme a comenzar mi carrera en el mundo del espectáculo». Pero la realidad pronto se reveló amarga.
Ni su habilidad superlativa en combate ni su carisma alcanzaban para luchar contra el racismo de Hollywood, que por lo general utilizaba estrellas occidentales para papeles orientales. El avispón verde había sido el primer show en poner a un oriental como gran protagonista, sin embargo, lejos de ser el puntapié inicial de una tendencia, fue más bien la excepción a la regla. Lee no encontraba papeles interesantes, principalmente porque los roles que le ofrecían solo servían para reforzar un estereotipo del chino como alguien flacucho, anteojudo y cascarrabias.
A pesar del desánimo que sentía, Bruce intentó un tiro a ciegas, y le propuso a Warner Bros un show llamado The Warrior, sobre un luchador errante. Como era de esperar, le bajaron el pulgar, aunque luego reciclaron ese concepto para producir Kung Fu. Esa fue la gota que rebalsó el vaso, y que lo llevó a abandonar su sueño de triunfar en Hollywood.
Lee se sentía atrapado en una doble vida: por un lado era un artista respetado por sus pares, y maestro de grandes celebridades como Steve McQueen o Sharon Tate, pero su fama delante de la pantalla se extinguía a paso acelerado. Finalmente surgió una posibilidad que no terminaba de entusiasmarlo, y era protagonizar un largometraje de artes marciales en Hong Kong: luego de doce años viviendo en Estados Unidos, Bruce regresaba a China.
Hollywood, a su manera
Cuando llegó a Hong Kong, Lee descubrió que El avispón verde era furor, al punto de ser renombrado como El show de Kato. Todo estaba dado para que él se convirtiera en una mega estrella de acción hongkonesa; lejos de Hollywood, sí, pero mega estrella al fin. La compañía Golden Harvest le ofreció protagonizar dos películas, y Lee aceptó. Claro que esa productora estrenaba largometrajes de a decenas, y no tenía tiempo de detenerse en muchos detalles.
Lo Wei era uno de esos profesionales capaces de hacer cinco títulos al año, y fue el elegido para dirigir el film que debía hacer de Lee una celebridad a gran escala. El largometraje se tituló El gran jefe, y no tenía más aspiraciones que las de mostrar muchas peleas, y algunos desnudos femeninos. Pero Lee no quería que la suya fuera una película más del montón, y por ese motivo estudió a fondo el proyecto, propuso muchísimos cambios en el guion y siguió de cerca el trabajo de dirección. Si bien El gran jefe no tenía ningún condimento para destacarse por sobre las decenas de películas de acción hongkonesas que se estrenaban a diario, el carisma de Bruce Lee alcanzó para convertirla en un éxito millonario en la taquilla china.
El gran jefe fue una mina de oro, Lee se convirtió en una estrella casi de la noche a la mañana, y eso le permitió tener más poder de cara a su segundo film, Furia oriental. Sabiendo el poder que había adquirido, Bruce pronto tomó las riendas del proyecto. Y esta vez sí logró una película mucho más personal, en la que puede dar una mirada autoral aún desde un rol de actor principal.
A diferencia de El gran jefe, en Furia oriental la cámara está al servicio completo de Lee, de su habilidad en combate e incluso de su postura política. La escena en la que le impiden entrar a un parque debido a un cartel que prohibía el acceso de «perros y chinos», y cómo su personaje destruye ese letrero de una patada, era un teléfono directo a Hollywood y sus representaciones racistas de los orientales. Bruce había sufrido en carne propia esa discriminación, y la postura desafiante contra el establishment que tanto agitaba su admirado Muhammad Ali fue para Lee una modelo de conducta.
El éxito en Hong Kong de esos films, le permitió encabezar su siguiente proyecto. De esa manera, en 1972 lanzó El furor del dragón, título que protagonizó, escribió, produjo, coreografió y dirigió. Una vez más, el público cayó rendido ante el encanto del artista en pantalla, en una gran película que incluyó la recordada coreografía junto a Chuck Norris en el Coliseo romano.
La repercusión de este largometraje cimentó su regreso a la meca del cine. Bruce Lee había revitalizado su fama en Estados Unidos, y allí sabían que el artista marcial merecía una película a la altura de su talento. Operación Dragón era el proyecto con el que estaba destinado a convertirse en profeta en su tierra. Cuando comenzó la producción de ese título, Lee pudo dialogar sus condiciones y luchar sus ideas; les gustara o no a los ejecutivos, había que escucharlo. Finalmente, el artista marcial había logrado uno de sus mayores objetivos: triunfar en Hollywood pero a su manera, no bajando la cabeza ni aceptando los clichés que pretendían los productores.
Una muerte que alimentó el mito
El 19 de agosto de 1973, Operación Dragón llegó a los cines de Estados Unidos, pero Bruce Lee no vio el éxito descomunal que esa película tuvo en ese país. El 20 de julio anterior, a la edad de 32, fue hallado muerto en Hong Kong.
La historia detrás de su fallecimiento, si bien alimentó todo tipo de mitos y fantasías, se debió a causas muy concretas. Durante ese día, Bruce tomó un analgésico prescripto para calmar un dolor de cabeza, y se tiró a dormir unas horas. Según informes posteriores, el relajante muscular que contenía ese medicamento le generó una alergia que impactó en su cerebro y le provocó un edema que lo llevó a la muerte. Pero una serie de irregularidades posteriores (mentir acerca del lugar en que murió o la demora en llamar a la ambulancia) despertaron todo tipo de suspicacias.
El médico personal del actor expresó que era imposible que falleciera por un tranquilizante, dando pie a una teoría que señalaba que Bruce había consumido canabis, y por eso había muerto (y que dio pie a una recordada frase pronunciada por un experto en drogas que testificó: «El canabis que encontramos en el estómago de Bruce Lee afectó tanto a su muerte como una taza de té»). Otras opciones, más cercanas a los mitos urbanos, aseguraban que una maldición le quitó la vida (la también temprana muerte de Brandon Lee, su hijo, alimentó increíblemente esta versión), o que Bruce había sufrido «el toque de la muerte», un golpe cuyo efecto mortal tarda varios días. La mafia china e italiana también fueron señaladas como responsables de la muerte. Incluso Chuck Norris llegó a opinar del tema, y en una entrevista sugirió que la causa del deceso fue el abuso de relajantes musculares.
La imágenes del funeral de Lee son desgarradoras. Su esposa, Linda Lee Caldwell sostiene en brazos a la pequeña Shannon Lee, y camina junto a Brandon, que en ese momento solo tenía ocho años. Su familia y un aluvión de amigos acompañaron el féretro de ese hombre que fue leyenda en vida, que luchó contra los prejuicios de la industria y que prácticamente inventó el cine de artes marciales como se lo conoce actualmente.
Bruce Lee redefinió la figura del artista marcial en pantalla, ponía el cuerpo como nadie más lo hacía, y era indudable que más allá de su interés por la fama y el reconocimiento, su gran amor era el Jeet Kune Do. Basta hoy rever cualquiera de sus títulos para dimensionar su impacto, para enamorarse no solo de su elegancia y de esos movimientos pulidos hasta la perfección, sino también de su espíritu transgresor.
Como es sabido, era vanidoso (se jactaba de haber perdido solo una pelea en su vida, cuando era un niño), pero esa vanidad le brindó la seguridad de luchar por hacer las cosas a su modo. Porque Lee era de todo menos sumiso, y su desobediencia fue uno de los mayores legados que dejó, y por el que nunca hay que olvidarlo.
La Bruceploitation y el legado de un ícono
Más allá de lo estrictamente ideológico, Lee sembró un verdadero boom por las artes marciales. Su última película, El juego de la muerte, se estrenó de manera póstuma. Y aunque él había fallecido, eso no le impidió a muchos productores continuar lucrando con su figura. Así nació la denominada Bruceploitation, un subgénero caracterizado por contar con mil clones cinematográficos de Lee al frente de todo tipo de películas de artes marciales.
Bruce Li, Dragon Lee, Bruce Leung o Bruce Le eran los nombres artísticos de las estrellas que en tono de parodia o solemnidad forzada, intentaban exprimir la fama del artista marcial. Por despiste, consumo irónico o fascinación inexplicable, el público sostuvo ese mercado durante poco más de una década.
La fiebre por la figura de Bruce Lee también tuvo su correlato en los cómics, y durante los setenta hubo una inesperada proliferación de historietas ambientadas en el mundo del kung fu. De ese grupo, el que aún goza de una relativa popularidad es Shang Chi, publicado por primera vez en 1973 por Marvel Comics (ese personaje, en pocos años llegará por primera vez al cine).
En los videojuegos, Lee sirvió de base para infinidad de personajes en franquicias como World Heroes o Street Fighter, y la saga Mortal Kombat no solo tiene un luchador claramente inspirado en el astro, sino que su premisa inicial comparte muchos puntos en común con Operación Dragón.
Con respecto a las biopic, la de mayor trascendencia fue Dragon: la historia de Bruce Lee. Estrenada en 1993 y dirigida por Rob Cohen, este irregular film se apoya en mitos sobre la vida del artista marcial, y lo muestra de manera marcadamente idealizada. Mucho menos conocida es Bruce Lee, The Man, The Myth, una «Bruceploitation»que narra en tono despreocupado la juventud del luchador, que según esta trama consistió básicamente en un interminable desfile de peleas callejeras.
Por último, resulta imposible no mencionar la polémica representación de Lee en Había una vez… en Hollywood, la última película de Quentin Tarantino. Profundo conocedor de su obra, el director y guionista estadounidense dejó en su filmografía varios homenajes no solo a él, sino también al cine de acción hongkonés. Pero a Quentin no le interesaba una representación documentada del artista, sino una versión atravesada por el tono transgresor de esa película; de ese modo, jugó con esa leyenda que el propio Lee se encargó de reforzar, en la que aseguraba que nadie le había vencido en un duelo, hasta que cruza su camino con el de Cliff Booth (Brad Pitt).
La familia de Bruce se mostró profundamente ofendida con Había una vez… en Hollywood, sin advertir que Tarantino desde el respeto, el amor y el conocimiento, jugó con inteligencia a partir de la fantasía que el público tiene sobre el propio Lee. Sin lugar a dudas, lo que dejó en claro esa polémica, es que a casi cincuenta años de su muerte, Bruce Lee aún desata pasiones extremas, y que su magia en pantalla sigue intacta.
Dónde ver a Bruce Lee:
- El gran jefe: disponible en Amazon Prime Video, Movistar Play y Google Play
- Furia oriental: disponible en Amazon Prime Video, Claro Video, Apple Tv y Movistar Play
- El furor del dragón: disponible en Claro Video y Google Play
- Operación Dragón: disponible en Apple TV y Google Play
- Juego de la muerte: disponible en Amazon Prime Video, Apple TV y Movistar Play.
- Dragón: la vida de Bruce Lee: disponible en Claro Video, Apple Tv y Google Play.
- Be Water: documental sobre Bruce Lee, disponible en FLOW