Hace 60 años en Londres, la maestra Finvola Susan alumbraba a su segundo hijo. El padre de la criatura, James Murray Grant, había abandonado la carrera militar, luego de pasar ocho años en Malasia y Alemania, para dirigir una próspera empresa de alfombras. La familia se completaba con Jamie, el primogénito. Al salir de trabajar, Mr Grant se entretenía jugando al golf o pintando acuarelas. Finvola, que enseñaba latín, francés y música en escuelas públicas solía representar pequeñas escenas con sus hijos. Ese gen de la actuación no lo heredó el primogénito que se convirtió en banquero, pero sí el menor que se hizo actor: Hugh Grant.
Hugh pasó una infancia típica. Le gustaba jugar al rugby, al cricket y al fútbol, estudiaba piano con la madre de Andrew Lloyd Webber y en las vacaciones de verano amaba pescar con su abuelo que vivía en Escocia. El estudio tampoco le costaba, así que nadie se sorprendió cuando ganó una beca para estudiar en la universidad de Oxford. Le fue más que bien: se graduó con honores. Entre libros y clases, comenzó a participar en un grupo de teatro. La actuación le parecía un lindo pasatiempo más que un modo de vida. El mango se lo ganaba como asistente de jardinería, maestro acompañante y guionista de comerciales. Uno de los trabajos que más le gustó fue enseñarle a mejorar su pronunciación del inglés, a una actriz francesa tan bonita como desconocida, una tal Juliette Binoche.
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La actuación seguía presente y fundó «The jockeys of Norfolk’, una compañía de teatro. Sus integrantes cumplían un único requisito: eran sus amigos. Las obras no se representaban en distinguidos teatros sino en divertidos pubs.
Luego de verlo actuar en Privileged, un cazatalentos le dijo que deseaba representarlo y Hugh aceptó. Su intención era trabajar en algo que no le costaba mucho –la actuación- para conseguir algo que le costaba más: pagar sus estudios de Arte en la Universidad de Londres.
Los pequeños papeles se sucedían en producciones que el actor bautizó “Europudding”. Se escribían en francés, actuaban ingleses dirigidos por españoles para conseguir un público estadounidense.
En 1994, Hugh se preguntaba si actuar o buscar otra profesión cuando le llegó el guión de Cuatro bodas y un funeral. Apenas lo leyó supo que quería ser parte de ese proyecto. El film de Mike Newell con guión de Richard Curtis rompía moldes y apostaba a la diversidad (había una pareja gay y un personaje sordo) mientras un grupo de amigos filosofaba sobre el amor, la vida y la muerte. Para obtener el papel, le mandó a los directores de casting una grabación casera donde se lo veía como padrino en la boda de su hermano. Convenció a todos.
Grant aparecía como un héroe romántico perfecto en su imperfección. El muchacho tímido y algo torpe lograba no solo el amor de la más linda en la pantalla, también el suspiro de las espectadoras.
Historia de un papelón
En 1995, en pleno exitazo de Cuatro bodas y un funeral y de novio con la bellísima Liz Hurley, Hugh Grant era uno de los tipos más envidiados del planeta. Sin más preocupaciones que su placer, la noche del 27 de junio, subió a su auto de lujo y dio un paseo por Sunset Strip, zona que frecuentaban prostitutas.
Al muchacho con cara de chico bueno y modales de caballero inglés se le ocurrió preguntarle a una de las trabajadoras por sus servicios. Una de las chicas le contestó que por cien dólares subía a su habitación. Él solo llevaba 60 así que negociaron una felación en el vehículo. Acabó… mal porque en el momento culmine, unos policías alertados por los movimientos del auto, se acercaron y los detuvieron por “falta a la moral”.
Al otro día, la foto del actor detenido y de Divine Brown recorrieron el mundo. Algunos se preguntaban ¿tanto escándalo por una práctica privada? “Supongo que el contraste entre el personaje que interpreté en Cuatro bodas y un funeral con el que fue protagonista de este hecho fue muy fuerte”, justificó Grant.
Sin poder encerrarse en su casa hasta que la tormenta mediática amainara y obligado a promocionar la película Nueve meses se presentó en diversos programas. Con cara de “niño bueno que hizo algo malo y está muy arrepentido” soportó chistes como el de Chris Columbus, director del film, que sentenció: “bué, al menos no lo engancharon con un animal”. Hasta el argentino Andy Kusnetzoff como intrépido notero de CQC le hizo la seña de “sexo oral” ante la cara resignada del inglés.
La historia terminó bien. Liz Hurley, la novia traicionada, perdonó el actor y siguieron cinco años más juntos. Divine Brown con lo que le pagaron por la exclusiva del encuentro se compró una casa. Un tiempo más siguió con su trabajo sexual, eso sí su tarifa aumentó de cien a dos mil dólares porque “todos mis clientes quieren lo mismo que Hugh Grant consiguió, pero tendrán que pagar más que él”.
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El actor siguió protagonizando producciones como Notting Hill, Nueve meses, El diario de Bridget Jones o esa joyita que es Un niño grande. Trabajó con las actrices más bellas de Hollywood, entre ellas Julia Roberts, Andie Macdowell, Renée Zellweger, Sandra Bullock, Drew Barrymore y Julianne Moore.
Sus ojos celestes con una mirada mezcla de picardía y ternura, su pelo lacio cuidado pero despeinado y una actitud a mitad de caballero inglés y tarambana lo convirtieron en el protagonista ideal de la comedia romántica. Esas películas que poco tienen que ver con la vida real pero que al menos revierten una tarde de hastío.
Mientras en pantalla, Hugh parecía el novio soñado o al menos un muchacho digno de presentar a un futuro suegro, cuando las luces se apagaban se mostraba muy poco proclive al compromiso.
Tuvo dos relaciones largas y públicas. Uno con Elizabeth Hurley y otro con la periodista Jemina Khan y romances nunca confirmados con Sandra Bullock y Drew Barrymore. Su renuencia a casarse era conocida y según él, justificada. “No soy realmente un creyente en el matrimonio”, dijo a la revista People en 2015. “He visto muy pocos buenos ejemplos, tal vez cinco en mi vida. Creo que es una receta para la miseria mutua”.
La paternidad tampoco era algo que lo atraía. “No me gustan especialmente los bebés. No me preocupo por ellos durante unos cuatro minutos. Ese es mi máximo. Después de eso, no puedo ver de qué se preocupan todos”.
Esperó hasta los 50 años para ser padre, pero después no perdió tiempo. Tuvo cinco con dos madres. Con la actriz y ex Miss Hong Kong, Tinglan Hong concibió a dos. La conoció mientras ella trabajaba como recepcionista en un restaurante de Chelsea. La llegada de su primera hija fue “una grata sorpresa”, como él mismo describió. Después llegó Félix.
Mientras estaba con Tinglan, Grant también mantenía una relación con la la productora Anna Eberstein, con la que tuvo otros tres hijos. Nunca se preocupó por aclarar -y sus parejas tampoco- si era una situación de infidelidad, bigamia o una relación abierta. Cuando nació el último de sus descendientes la encargada de dar la noticia fue su ex novia, Elizabeth Hurley. “Tuvo otro hijo la semana pasada. Tiene cinco. ¡Después de los 50 años tuvo a todos!”. Su ex asegura que la paternidad le ha sentado muy bien: “Es un padre encantador, muy, muy dulce. Sus hijos lo han transformado de ser una persona muy miserable a una menos miserable. Lo han cambiado”. Hurley además de “vocera” es la madrina de su primogénita y él del único hijo de ella.
Después de una vida en el equipo de los solteros, a los 57 años pasó al de los casados. Lejos de vender la primicia lo hizo casi en secreto en un registro civil de Chelsea y con un grupo reducido de familiares como testigos.
Aunque descarta la mayoría de los guiones que le llegan pero sigue esperando que alguien narre la historia de su abuelo y su escape de un campo de prisioneros durante la Segunda Guerra Mundial. Si bien es uno de los actores británicos más famosos no actuó en la película británica más famosa: Harry Potter.
Más allá del bien y del mal confesó que en varias películas estaba tan alcoholizado que tuvieron que ayudarlo a mantenerse en pie y grabar sus escenas. En otra oportunidad dijo que aborrece una de sus escenas más famosas, la del baile como Primer Ministro en Realmente amor ya que asegura que “nunca un funcionario bailaría así”. Como pocos se animó a bajar del pedestal del glamour a su oficio. “Creo que la actuación cinematográfica es una experiencia miserable. Es tan largo, tan aburrido y tan difícil de hacer bien que lo que necesitas sobre todo es una increíble fuerza de voluntad y fuerza mental”. Es uno de los pocos que defiende el cine comercial. “Es más fácil agradar a una pequeña audiencia en Hampstead o en el Village de Nueva York que al público de todo el mundo”.
Grant hoy se muestra como un caballero apacible que logró el sueño de casi toda la humanidad: solo trabaja cuando quiere y en lo que quiere. “Con todo lo que hice me doy por satisfecho. De vez en cuando algo me llama la atención, pero si no, voy bien. No me apetece mucho seguir actuando. No trabajo mucho pero me gustan algunas cosas. Me gusta el compañerismo que se crea con la gente que trabajas. Pero ponerme delante de una cámara, no me gusta, no”.
Lejos de añorar la fama prefiere un digno retiro. “Lo más triste del mundo es ver a alguien a finales de los 30 años o en sus 40 luchando por ser una zanahoria en un anuncio de televisión. Algunas personas tienen que hacerlo, son adictos al escenario”. A diferencia de otros colegas, no sueña con dirigir una película ya que es “como conducir un auto desde el asiento de atrás”.
Férreo defensor de su privacidad sufrió pinchaduras telefónicas y escuchas ilegales por parte de medios sensacionalistas británicos. En vez de quedarse de brazos cruzados, los denunció y testificó contra quienes las realizaron. En dos ocasiones recibió más de 100 mil dólares en concepto de indemnización por el acoso al que lo sometió la prensa amarilla, dinero que donó.
Sin tapujos criticó al Partido Conservador y a su líder Boris Johnson. “No vas a joder el futuro de mis hijos. No destruirás las libertades por las que mi abuelo luchó en dos guerras mundiales. Jódete, muñeco de goma enchufado”.
Con ese típico humor inglés asegura que ya no es un sex simbol, sino “una curiosidad”. Diga lo que diga lo cierto es que ver una de sus películas continúa siendo un buen programa para pasar un domingo aburrido y por un rato enamorarse de este adorable y flemático tarambana inglés.