Un país hipnotizado por una escena final de cerrajería. Un cofre, un bolillero transparente en el que rodaban las llaves, distintas combinaciones y -en vivo y en directo- mirar cómo funcionaba el destino. «Cada domingo renace la esperanza», se escuchaba como cortina la reivindicación del día con más suicidios. Domingos para la juventud había nacido como un programa para jubilados. Terminó captando tanto público escolar como afiliado al PAMI.
El hito duró 30 años. Como pasó con ShowMatch, antes VideoMatch, nació con un nombre y mutó. Se llamaba Domingos de mi Ciudad y era conducido por el actor Orlando Marconi, pero el producto para la tercera edad se reconvirtió y pasó a bautizarse Feliz Domingo en 1970. Fueron más de 1.500 emisiones y unos 45 mil los chicos que gozaron del premio de viajar a Bariloche. Un pequeño país pasó por el programa: se estima que más de medio millón de jóvenes pisaron el estudio.
Hacer Feliz Domingo no era apto para débiles. Cada emisión duraba entre 10 y 12 horas al aire. En el estudio de Canal 9 había que soportar cantitos de cancha, hormonas púberes, avalanchas, pelotazos. Ante los empujones y codazos alguna vez salieron volando los anteojos del escribano Prato Murphy. Y alguna vez el golpe fue más duro: los militares sancionaron el programa.
Feliz Domingo y el cofre de la felicidad.
Fue en 1969 cuando Marconi llamó a Silvio Soldán para explicarle que durante el segmento de preguntas y respuestas de Domingos de mi ciudad (producido por Gerardo Sofovich) se aburría. «Preferiría que esa parte la hicieras vos y yo todo lo otro, que es más divertido», le propuso a Silvio. La suerte estaba del lado del locutor, pero Soldán no imaginaba bestial éxito histórico. Marconi terminó yéndose de Canal 9 por diferencias con las autoridades y el programa quedó en sus manos.
De esa gema de la televisión no sólo sobrevive una página de Facebook «Yo fui a Feliz domingo para la Juventud, un programa hecho con amor», sino el espíritu transformado en un número especial para fiestas. Si usted, empresario o particular, quiere contratar a Don Silvio, arreglan un cachet y tiene en su evento el «Ping Pong de preguntas y respuestas» y hasta el Cofre de la felicidad para que intenten abrir la bendita puerta los invitados.
El día de la censura y otras rarezas
De haber existido las redes sociales por entonces, el Trending Topic hubiera sido permanente. Las puertas del canal estaban abiertas para todo tipo de artistas. Un día, en plena Guerra de Malvinas, el invitado fue «El Chango» Acosta Villafañe, un humorista y guitarrero. Un chiste llamó la atención de los militares de turno y pasó lo que nadie esperaba: «Chicos, van a tener que ir aprendiendo el idioma inglés, porque es el que se va a hablar acá dentro de poco», bromeó el hombre sin imaginar las medidas siguientes. El programa dejó de salir en vivo por intervención militar.
El primer Feliz Domingo, con Orlando Marconi.
«Feliz Domingo llevó felicidad a la familia argentina. Junto a Grandes valores del tango y El Special fueron mis hijos mimados», se emociona William Silvio Soldán a los 84 años. El hombre de hierro cuerpeaba el monstruo con una valentía a prueba de mareos, veranos y tragedias. «En algunas oportunidades soportábamos en el estudio más de 40 grados, sin refrigeración. Terminaba el programa y yo me iba a comer a La Costanera y a las 7 de la mañana del otro día ya estaba en Radio El Mundo. Hemos vivido tantas perlitas. Si hasta Mario Pergolini, rockero de ley, ganó como participante en una prenda de tango».
«Un día vino una chica a participar del ‘Yo sé’. Cantaba como los dioses y le dije: ‘Tenés que dedicarte a esto’. Ella me respondió: No sé si será lo mío. ¿Sabés quién era esa chiquita?», pregunta Soldán, que al frente del «gigante» llegó a cumplir las bodas de plata. «Era Elena Roger».
Pero no todo es el recuerdo de la felicidad. En Feliz Domingo también hubo luto. En vivo, mientras millones de hogares sintonizaban sin control remoto aún, se vivió uno de los capítulos más tristes de la pantalla chica argentina.
El día que todo fue tristeza
Fue el Día del Padre de 1984. Y puso bajo la lupa los límites morales y éticos. Un padre del colegio Joaquín V. González se prestó a participar para intentar ayudar al curso de su hijo, pero se descompuso en el estudio. Había preparado su personaje de compadrito, pese a su timidez y a los nervios de la mirada de un país, y en plena actuación cayó al piso. La transmisión se cortó. En unas horas todo fue luto.
«Fue la desgracia más grande. Algo horrible que hubiésemos querido no vivir», recuerda Soldán, que jura que todavía no pudo borrar los gritos de los chicos. «El hombre padecía una enfermedad del corazón y tal vez no podía hacer ese esfuerzo y lo hizo. Al día siguiente yo fui a su velorio. Yo me negué a seguir al aire ese día, como correspondía». Al canal llamaban de a miles para preguntar qué pasaba, más de 2 millones de personas tenían sintonizado el 9. Alejandro Romay salió a aclarar lo sucedido porque «600 familias de estudiantes estaban preocupadas y confundidas sobre la identidad del padre».
El diario Clarín del 18 de junio salió a repudiar con artículo: «La muerte en Replay». Fue después de que «a las 20 del día anterior se repitiera varias veces el desafortunado hecho de la caída».
«Eso fue algo impensado, pero hubo momentos de pura vida y felicidad», suma Soldán. «Como cuando el jurado Roberto Talice cumplió 90 y por las puertas aparecieron 90 chicos con 90 tortas para celebrar las nueve décadas».
Jurado de notables: Prato Murphy y cía
El inolvidable escribano Prato Murphy. (Captura de TV).
Camino al Oscar, Ranchera con relaciones, Radioteatro, Yo sé, Cuál es la palabra, Ping Pong de preguntas y respuestas, Videoclip… Las pruebas que ocupaban diez horas de pantalla eran decenas y siempre había una mirada inspeccionadora que provocaba miedo, la del jurado.
Entre los pioneros estaba Prato Murphy, escribano y profesor que arrancó en TV en 1969. Para 1986 lo acompañaba un dream team: Carlos Averna, físico matemático y profesor universitario; Roberto Candial, Profesor de Filosofía y Letras; Arnoldo Marino, otorrinolaringólogo; y Roberto Talice, Presidente de Argentores, periodista y crítico de cine.
Don Prato ocupó, además de las páginas de Espectáculos, las de Política y las de Policiales. Para 1997 fue candidato a Legislador porteño del Partido Popular. Por esos días, declaraba, provocativo: «Si Carlos Menem va al Repechaje, no llega a la final». Para 1999 era el protagonista de un escándalo: la revista Noticias preguntaba en su título: «¿Quién paga los ‘pratos’ rotos?». 200 ahorristas juraban que las había estafado. Murió en 2001.
El jurado de «Feliz Domingo».
Tal vez esa haya sido la prehistoria de los «jueces» malos del Bailando y de los realities posteriores que sacan provecho del rol del evaluador autoritario y serio. A pesar de lo que muchos pensaban, los señores de corbata no ganaban fortunas con sus participaciones dominicales: «Nadie vive de esto. Cada uno trabaja en su especialidad. No lo hacemos por dinero, sino por la satisfacción que nos produce estar en contacto con la juventud», declaraba allá lejos el Profesor Averna. «Yo creo que la juventud tiene un enorme potencial. En el año 2000 vamos a ser una potencia».
En la era pre-meme y pre-viralización, Feliz Domingo logró hits y muletillas de las que cualquier cuarentón o cincuentón todavía se apropia. Imposible no sentir hoy la inocencia de aquellos años con los cantos de la tribuna «A ver, a ver, cómo mueve la colita, si no la mueve, la tiene paspadita»… Y «te voy a regalar una goma grandota /para que te borres / para que te borres»…
«Sin repetir y sin soplar»; «La cinta, Gonzalito», «Los dos a la final»… Ningún Centennial lo entendería.
Así nació el saltito final
No había triunfo sin salto y el salto quedaba opacado por el pogo. Una vez que se escuchaba el «abrió» en boca de Soldán, su cuerpo se elevaba a lo Michael Jordan pero en segundos el conductor era zamarreado, llevado por una ola, arrastrado por una fuerza mayor al estilo cancha.
«Es curioso cómo surgió el tema del saltito. Nació como algo espontáneo. Un día vinieron a participar un grupo de chicos tímidos, estaban como achicados, avergonzados. Eran muy pobres y cuando estaban en la fila para intentar suerte en el cofre de la felicidad, pensé: ‘Ojalá ganen ellos, porque de otra manera no podrían conocer jamás San Carlos de Bariloche’. De pronto uno probó la llave y abrió. Pegué un salto de felicidad y el director lo repitió en cámara lenta y se reprodujo toda la semana», evoca Soldán. «La lentitud de la cámara lo hacía ver como un salto increíble, de dos metros. Dijeron: ‘Esto es negocio. Hay que hacerlo siempre’. Así lo implementamos».
Una tribuna desbordante y diez horas de alegría: «Feliz Domingo».
Para muchos, Feliz Domingo denunciaba el estado de la educación argentina. El Ping Pong de preguntas y respuestas televisado daba cuenta del nivel de desconocimiento de cultura general de cientos de adolescentes. «¿Qué país limita al Este con Chile?», «¿Cuál es el planeta más grande del sistema solar?», «¿Cuántas eñe lleva la palabra inconmensurable?», «¿En qué continente se ubica El Cairo?». Traicionados por los nervios, miles no podían responder a un cuestionario básico. Otros se reían de sus propios disparates. Un antecedente, la prehistoria del hoy fatídico resultado de las pruebas PISA.
Las caras de los domingos felices
Jorge Rossi, Marcelo Dos Santos, Jorge Formento, Carolina Fernández Balbi, Leonardo Simons, algunos de los conductores.
Según los sistemas de medición de la época, el programa dominguero tuvo picos de más de 40 puntos. Desde Orlando Marconi, pasaron unos 20 presentadores. Silvio Soldán, Leonardo Simons, Quique Dapiaggi, Carlos Iglesias, Silvia Merello, Jorge Rossi, Jorge Formento, Marcelo Dos Santos, Lisandro Carret, Pablo Codevilla, Iván Velasco, Carolina Fernández Balbis, Pablo Marcovsky, Teto Medina, David Kavlin y Carla Conte.
La figura de la mujer estaba reservada (infelizmente) más para el rol de secretaria que para el de conductora. Aunque hubo excepciones. Silvia Merello fue la primera que pudo romper con ese esquema: a fines de los ’80 hizo dupla con Formento. Y Carolina Fernández Balbis se integró luego al equipo de Iván Velasco y Teto Medina.
Después de lo que parecía la desaparición del programa (1999), el ciclo se reflotó en 2005, conducido por Carla Conte y David Kavlin. Soldán ya no quería conducir (hacía sus apariciones solamente con el Tele-kino), pero lo tentaron para una participación y dieron en la tecla: el rating se disparaba cuando él intervenía.
De todos los nombrados, el guapo muchacho de Trenque Lauquen (Jorge Rossi) fue de los más queridos. Lo apodaban «Bebé» por su juventud al micrófono en sus comienzos en Feliz Domingo, en 1981. Murió joven (a los 58 años, por un cáncer de mediastino), después de admitir con pena: «Más años en Feliz Domingo que los cinco que pasé me hubieran venido bien, me hubieran consolidado».
Una imagen histórica de «Feliz Domingo», con Jorge Formento.
La noticia de Simons (se arrojó desde una ventana del piso 13, en 1996, a los 49 años) también fue difícil de digerir para su público dominguero. El conductor de Sábados de la bondad estaba por entonces al frente de Ta Te Show: «Se lo veía alegre, dinámico, aparentemente feliz, pero Leonardo no estaba bien. Luchaba con todas las fuerzas de su alma para que ustedes no se dieran cuenta», lloró en cámara Soldán, despidiéndolo.
Datos tan pintorescamente inútiles de un fenómeno que podría volver si la familia Romay lo avala: hasta 1972 (cuando el premio era un auto) se regalaron unos 300 O Km. El gran dolor de cabeza de los productores eran los miembros del Sindicato Argentino de Músicos, que reclamaban el uso sistemático del play-back. Hubo venta de discos con compilados de moda que sonaban en el programa (con Virus, Piero, Soda Stereo). Hoy, vía Internet, el disco autografiado por Marconi se consigue a 999 pesos.
En 2012, la tira Graduados homenajeó al programa, con un rescate emotivo que hizo viral la propuesta: ¿Y si reflotamos Feliz Domingo? La duda de los productores hoy: ¿Funcionaría la intención de un programa ómnibus en la era en la que el poder de atención del ser humano es cada vez más fragmentado? Difícil, por no pronosticar que sería imposible. Basta ver un viejo tape para darse cuenta de que todos los ojos apuntaban a Soldán o a la cerradura del cofre, nadie se distraía con la pantallita del celular, porque para entonces la palabra celular sólo remitía a la anatomía.
La marcha triunfante del final (Luces de mi ciudad, de Mariano Mores) será para siempre la cortina de la victoria, del desmadre, del pogo, de Soldán flotando como un astronauta en la Luna. Hasta hace unos años, el cofre de la felicidad estaba olvidado en un estudio de Canal 9, entre viejos trastos de utilería. Ni Soldán sabe qué fue de ese cubo mágico que magnetizaba a una Nación, provocaba saltos estilo NBA y disparaba la aguja. A la distancia, se sabe, el verdadero cofre de la efímera felicidad era el aparato del televisor con panza, del que salía esa idea de que ninguno de los egresados envejecería. Esa ilusa noción de que la amistad sería para siempre, de que la vida sería un eterno viaje a Bariloche y el mundo un lugar tan contenedor como un aula.